Sobre el Cortijo del Fraile, riguroso, aclaratorio y sorprendente, un texto de Rodolfo Caparrós
“En el llano sedimentario intracaldera que ocupa el cortijo de El Fraile se produce un contacto litológico mágico: las dacitas y andesitas volcánicas aportan sedimentos por el sur, levante y poniente. Un complejo arrecifal carbonatado hace su aportación por el norte. Los sedimentos generados a partir de roca madre de origen volcánico son ricos en nutrientes y muy reverdecientes por su condición ferruginosa, pero son sensiblemente impermeables, lo que dificulta el desarrollo horizontal del suelo. Los que provienen de carbonatos son ricos en calcio, muy porosos y sumamente permeables. La unión de ambos sedimentos constituye un sustrato excepcional, equilibrado y de gran aptitud agronómica.
Este llano sedimentario, integrado en el conjunto de El Hornillo, alberga en su subsuelo un acuífero detrítico de alimentación local, de reservas moderadas, pero suficientes para las explotaciones de baja intensidad que se han producido a lo largo de la historia. Los pozos de La Tórtola, el Fraile, Requena, el Madroñal, el Higo Seco, y las norias de Fernán Pérez (8) y Los Martínez, son los testimonios de la presencia de este acuífero, mientras que los numerosos aljibes ponen de manifiesto que no hay que dejar perder el agua de lluvia.
Antes de ser poblado, ya entrado el siglo XIX, el Hornillo había sido desde época califal un “invernadero”, un lugar donde llevar a pastar en invierno los rebaños de las sierras de lo que más tarde sería el reino de Granada. Desde la Reconquista, la administración de estos herbajes del campo de Níjar correspondía al concejo de la ciudad de Almería, que destinaba lo recaudado por su arrendamiento al mantenimiento de las murallas de la ciudad. A mediados del XVIII la villa de Níjar crea su propio concejo, que desde ese momento administra estos bienes pecuarios. El Fraile era el nombre que recibía una de las majadas concejiles, seguramente en referencia a los frailes veedores, encargados de la administración de los rebaños de la Mesta del Reino de Granada, y estaría emparentado con el resto de los topónimos de la trashumancia (cerro del Fraile, Boca de los Frailes, Pozo de los Frailes, Cortijo de la Veedora, Loma del Bobar, Majada de las Vacas).
Durante el s. XIX, una serie de acontecimientos ponen fin al ciclo ganadero, estimulando la colonización agrícola de los campos de Níjar.
– El decaimiento de los derechos de la Mesta, y su posterior extinción.
– El fin de la inestabilidad geopolítica en el Mediterráneo Occidental, que venía fraguándose desde finales del XVIII.
– La constitución de los municipios españoles (1822, 1833).
– Sucesivas desamortizaciones, en especial la que afecta a la privatización de montes comunales o de propios (1855).
Se desarrolla un modelo territorial que se adapta a las contrastadas condiciones ambientales y agronómicas de esta esquina peninsular, y cuyas principales características son:
– Es un modelo agrosilvopastoril, es decir, gestiona integradamente cultivos, aprovechamiento de monte y ganadería estabulada o semiestabulada.
– La principal orientación agrícola es la cerealista, especialmente cereal de secano (de invierno), para lo que se despliega un conjunto muy significativo de equipamientos productivos.
– La preparación del terreno mediante aterrazamiento con balates, las eras, trojes, graneros y hornos son los principales elementos de este equipamiento.
– Otros cultivos complementarios son los frutales, en el borde de las paratas (olivo, almendro, higuera) y pequeños enclaves de huerta donde hay posibilidad de irrigación (junto a pozos, norias o aljibes).
– La baja intensidad de las explotaciones produce un patrón de poblamiento de cortijos o cortijadas rodeadas de grandes vacíos entre ellas (la superficie necesaria para la reproducción de las funciones de estas unidades).
Es un modelo colonizador, de ocupación de un espacio hasta entonces vacío. La superación de la ganadería, muy enraizada en el Antiguo Régimen, no supone un exponente de modernidad. Al contrario, el tipo de estrategia agrícola de subsistencia en estos terrenos, “al filo de la navaja” por motivos climáticos, se emparenta con las prácticas de la revolución agrícola del neolítico.
Gil Albarracín da noticias de una plantación de olivos y vides en el paraje del Fraile a cargo de los dominicos de Almería a principios del XIX. No consta que hubiera edificación alguna. La finca del Fraile, con sus edificaciones características, data del último tercio del XIX. La capilla se consagra en 1867, cuando la finca había recaído mediante desamortización en la familia Acosta Oliver. Las desamortizaciones de montes de propios en esta época (a partir de 1855) están en el origen de las grandes propiedades que se organizan en los campos de Níjar, que acaban en manos de la burguesía almeriense, que después de enriquecerse con negocios mineros y de exportación portuaria, habían vuelto a la propiedad de la tierra. El Fraile y El Romeral son ejemplos característicos de inversiones agrarias por parte de familias burguesas de la capital. Son la versión nijareña de las grandes transformaciones agrarias en torno al Canal de San Indalecio en el valle bajo del Andarax, donde esa efímera burguesía, devenida oligarquía agraria, desarrolla sus proyectos y su arquitectura representativa.
En los Campos de Níjar, estas fincas, de propietarios absentistas almerienses, se desarrollan según un modelo proyectual, técnico e ilustrado, y suponen unos islotes de modernidad en un océano neolítico. Esta dualidad de la estructura agraria nijareña, de pequeños propietarios en cortijadas dispersas con un horizonte de subsistencia, conviviendo con grandes explotaciones conectadas con mercados exteriores, será una constante hasta la llegada de la Colonización del siglo XX.
La traza, organización y desarrollo del programa productivo del cortijo lo diferencian claramente del resto de cortijos y cortijadas de su entorno territorial (Montano, la Cortijada, La Tórtola, el Campillo de doña Francisca, Requena, el Madroñal). La capilla es su elemento arquitectónico más singular. Pero, reconociendo esa singularidad, lo cierto es que su equipamiento productivo (eras, norias, pozos, aljibes, chiqueras) es común al resto de asentamientos rurales de baja densidad. Las condiciones agroambientales y las necesidades de la estrategia productiva se imponen y contribuyen de esta manera a crear una ambigüedad no suficientemente clarificada: ¿es el cortijo del Fraile un elemento representativo de la arquitectura rural nijareña o una singularidad en ese contexto?.
La respuesta a esta ambigüedad es relativamente sencilla.
La finca del cortijo del Fraile comparte con el resto de las explotaciones de su entorno la dedicación a un modelo agrosilvopastoril de base cerealista y un marco territorial que obliga a soluciones comunes respecto al agua. En cambio, se diferencia del resto de las explotaciones agrarias del entorno por su tamaño, su traza, su capitalización, su división del trabajo, las relaciones salariales entre propietarios, cortijeros y asalariados, y, especialmente, por su orientación a la generación de excedente, es decir, por su condición comercial.
En este marco social se desarrollan los hechos que dan lugar al conocido como “crimen de Níjar”. Dos familias se ponen de acuerdo en casar a sus hijos para reforzar la posición del clan en el control y explotación de fincas. La boda había de celebrarse en el cortijo de El Fraile. El pragmatismo y la lógica del clan chocan con los sentimientos de la contrayente, que decide huir con su verdadero amor. Es la rebelión de la libertad individual, encarnada por la novia, contra los designios utilitarios del clan. Pura modernidad, que, sin embargo, es truncada por la sangre. En una tierra donde la modernidad parece maldita, desde el fracaso del Embalse de Isabel II. Donde tanta modernidad frustrada ha acabado generando una especie de unamuniano sentimiento trágico de la vida, expresado en dichos populares como “aquí se estrellan los talentos” o en un cáustico “¿en qué acabará esto?” que suele expresarse en los momentos de gozo o bonanza.
Carmen de Burgos, tan sensible con los temas propios de la modernidad deseada para España, y, muy especialmente con los de la liberación de la mujer, encuentra en estos hechos motivo de inspiración en su obra “Puñal de Claveles”, esencialmente fiel a los sucesos del crimen de Níjar, pero construida narrativamente para subrayar la permanencia de una España profunda que no está dispuesta a aceptar la libertad individual, la libre expresión de los sentimientos.
Federico García Lorca conoce los hechos a través de la prensa, durante su estancia en la Residencia de Estudiantes. Los titulares que dan cuenta del suceso sirven para estimular una reflexión lorquiana sobre amor y muerte, en el marco de una pasión rural mediterránea. Un planteamiento mucho más universal, que no adquiere deudas con el relato de los hechos ocurridos en las inmediaciones del Cortijo, sino que se vale de ellos para proyectar una gran tragedia teatral: Bodas de Sangre. Curiosamente, el reproche castizo insiste en que Lorca no estuvo en el cortijo, ni lo conocía, como si eso restara algo de valor a la producción teatral.
El Cortijo del Fraile ya está en el mapa, a través de la obra de Lorca y de la enorme proyección internacional de su figura.
Pero no acaba ahí su historia. Durante la Guerra Civil, en el cortijo de el Fraile se asienta una colectividad agrícola anarcosindicalista, hecho prácticamente indocumentado, y residenciado, a día de hoy, en memorias personales de niños de la época, afortunadamente aún entre nosotros.
Para cerrar el acercamiento histórico, hemos de reseñar la importante historia minera de la finca donde se ubica el cortijo. Esta finca se extiende hacia levante hasta las inmediaciones del pueblo de Rodalquilar, incluyendo en su perímetro gran parte del cerro del Cinto, epicentro de la explotación aurífera a cielo abierto de la última etapa de minería pública a cargo de la Empresa ADARO, del Instituto Nacional de Industria. También incluye el barranco de la Felipa, donde se situó la conocida como planta de Abellán, y el cerro de la Cruz, donde se encuentra la planta María Josefa, ambas de amalgamación por mercurio, y primeros antecedentes de la actividad metalúrgica en el coto minero de Rodalquilar. Pero lo más destacado del equipamiento minero de la finca es la planta Denver, planta de cianurización que se encargó de la elaboración de oro desde 1956 a 1966, año del cierre minero, situada en la zona más oriental de la finca, que linda con la finca pública de Rodalquilar.
El último episodio minero es el de la empresa St.Joe Transaction, que obtuvo un permiso de investigación minera en 1987, y que hasta 1990 estuvo tratando distintos estériles de la actividad minera pasada en una planta de lixiviación situada dentro de la zona agrícola de la finca del cortijo del Fraile. De hecho, la balsa de lixiviación forma actualmente parte del sistema de riego de la finca.
Estos son los principales ítems del ser del cortijo del Fraile. Su interpretación simbólica es compleja, y sujeta a diferentes relatos o narrativas. Me interesa aquí destacar su papel pionero, su condición de frontera de la modernidad, que se expresa en el paso de la ganadería estacional a la agricultura, en el gran conflicto moderno que subyace en la historia del crimen de Níjar, en su vinculación con los distintos ciclos minero-metalúrgicos del distrito aurífero de Rodalquilar y en la utopía libertaria de la colectividad agrícola durante la guerra-revolución.
Seguramente el trance que ahora nos ocupa supone una nueva frontera, esta vez entre la modernidad y la posmodernidad: el tránsito de una sociedad absentista que construye instituciones huecas a otra sociedad, convocada al protagonismo y reclamada como actor imprescindible del reencuentro con la identidad y con la memoria a través de su patrimonio.”
Una Lectura : Puñal de Claveles – Carmen de Burgos
Biblioteca Virtual de Andalucía