Texto perteneciente a “Tras los pasos de Juan Goytisolo por los “Campos de Níjar”, Ensayo Crítico de Ramón Fernández Palmeral.
En el capítulo VII, del libro de Juan Goytisolo «Campos de Níjar» el viajero narrador dice: «El tercer día de viaje me puse en marcha habiendo decidido previamente el itinerario.
El patrón de la fonda de Cabo de Gata me había indicado un camino por en medio de la sierra, que unía las salinas con San José…».
Este camino al que se refiere el narrador era un antiguo camino de mineros que cruzaba la sierra por el rincón de Martos al cortijo del Romeral propiedad de don José Montoya, era el trecho más corto a San José, sin embargo ese camino desapareció en favor de los primeros carros, vehículos motorizados y el asfalto de la carretera, que toman el trazado actual de la carretea que pasa por Pujaire, Ruescas, cruce al Cortijo Nazareno, las Bocas, el Pozo de los Frailes y San José.
Llama la atención su Puerto Deportivo, con una situación geográfica de 36º 46′ N. 2º 6′ W. Llamar patrón o patrona al dueño de las fondas era usual en Azorín, ya que en La ruta de don Quijote, en el capítulo primero, Azorín llama patrona a doña Isabel.
Este patrón se llama Gabriel o Grabiel, que es la formula ortográfica. Propone el patrón al viajero a que salga a buscar a un tal Argimiro, un carretero «que vivía a la entrada del pueblo» (Cabo de Gata), ya que todas las mañanas iba y venía de las salinas al cortijo del Nazareno».
Este tercer días es lunes, busca a Argimiro el carretero, que vivía a la entrada del pueblo «que todo lo que tiene de feo lo tiene de amable», además tiene los dientes grandes y picados, porque según el narrador en esa Almería deprimida nadie puede ser guapo, aunque él tiene una nariz árabe que es como la de un koala, sin que me lo tome en cuenta porque la mías es como el Peñón de Gibraltar.
Arranca el carro, seguramente tirado por un mulo, sebe ser muy temprano ya que a las nueve de la mañana está en Boca de los Frailes (distancia entre Cabo Gata y Las Bocas, hay unos 20 kilómetros) y que ni se para a describirnos el color del pelo del animal de tiro, porque es un animal, o por que esta novela es de personajes.
En el esperado diálogo cuenta Argimiro el chisme del lío que tiene «Gabrié» con una sueca (un matrimonio con un niño que vivía acampados en el faro), se debe referir el narrador al único faro que hay, el del Cabo de Cata, faro que fue construido en 1863 sobre las ruinas del castillo o fuerte de San Francisco de Paula, situado en la Punta del Cuchillo; ojo para todos los barcos que buscan la Bahía de Almería o Genoveses y advierte de la peligrosa Piedra Laja, a media milla del cabo y a un metro de profundidad. Lo más normal es pensar que Argimiro hubiera hecho una metátesis por transposición o cambio de lugar de los sonidos dentro de la palabra, vulgarismo, al pronunciado Grabié y no Gabrié. Dislexia de sustitución, es decir, el cambiar una letra por otra, frecuente en la zona.
Estudios contractuales del léxico almeriense que pueden ser estudiados en La dimensión intercultural en el léxico almeriense, de Amalia Miras Baldó y Sergio Balches Arenas, Universidad de Almería, España.
La mujer de Gabriel «enganchó a los dos en la playa y armó la de Dios es (sic) en Cristo» Que viene significar el prendimiento de Jesús, y la que armó El Padre, con el Hijo, pudiendo muy bien haber evitado este drama sangriento de la crucifixión de un joven de 33 años, que no había cometido ningún delito. Goytisolo nos describe el carro de Argimiro con la precisión léxica de un orfebre de la palabra, le agradecemos el esfuerzo, con una jerga de arriero carretero manchego que casi ni nos enteramos de los que dice.
Escribe el narrador: «La carreta en que viajamos es pequeña y rústica. Sus adrales (madera laterales) son dos tablas de madera reforzadas con un álabe (esteras de esparto). Las limoneras (largueros o varales del carro) están pintadas de rojo y cuando las ruedas encallan en la albardilla (caballete o lomos) del camino, la mula se detiene y Argimiro tienen que sacudirle con el látigo». Unos pobres salineros pasan por las marismas con sus taleguillos (bolsas de tela para guardar meriendas) y sombreros de anchas alas, llevan las rojas hechas jirones, pero son educados porque al cruzarse responden al saludo.
El trabajo en las salinas es duro, la sal se lo como todo, incluso las alpargatas de pita o cáñamo. Hoy día apenas hay actividad salinera.
En las marismas hay un observatorio ornitológico para el estudio y la contemplación de las aves: polla de agua, pato colorado, zambullín chico, ánade real, garzas real, gaviotas reidoras y sobre todo el flamenco rosado (Phoenicopterus ruber roseus) julio agosto y septiembre es el periodo de mayor concentración, también se concentran en las Salinas del Cerriollo (Roquetas). Catalogadas por cinco categoría fenológica: invernantes, sedentarias, estivales, de paso y constantes. «Pasada las salinas, el camino sortea los estribos de la sierra.
El suelo es ocre y atravesamos los estribos de la sierra» (p.83) Para ir de Cabo de Cata al cortijo Nazareno no hay otra carretera que por Pujaire, Ruescas y la central de Michelín y ya vemos el cruce: hacia el norte cortijo de Los Matía, Los Nietos y Níjar, al sur, las Bocas y San José.
En el año 1984, el cortijo Nazareno estaba abandonado, vivía en él un hispano-argelino, que se llamaba León de apellido, y sobrevivía de trabajar de peón en un invernadero. Nos cuenta el narrador que ven eriales, barbechos, el campos de cebada y de trigo, esto nos puede indicar que era primavera, ya que es a mediados del mes de junio cuando se empieza la siega. Más delante nos habla el narrador de las tierras de eriazo, añojales y barbechos que son sinónimos, tierras en descanso de cultivo.
Explica Argimiro que algunas noches había baile en un cortijo, cerca de Albaricoques, y que hubo un accidente de una moto que se estrelló contra una linde, porque el conductor, amigo suyo, vendría borracho, nos explicará que no era costumbre bailar agarrados, las mujeres bailan solas al son de los fandangos que improvisan los mozos, pero cuando se tomas dos copas, sueltan verdades con música, llegan los insultos y se puede armar una buena.
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Cuando el viajero pregunta a Argimiro por el tiempo que lleva sin llover, éste responde que en marzo cayeron cuatro gotas, el alcalde (suponemos que debe ser el de Níjar), dijo que si continuaba así la sequía, tendrían que sacar el santo. Este era uno de los tópicos de la religiosidad de los andaluces para mantenlos en el atraso.
Pero evidentemente los santos se sacan en Semana Santa, que es casi siempre tiempos de lluvias. Porque nunca se ha visto lluvia en agosto, el mes de la Virgen.
Emplea el narrador un léxico impropio de la región cuando dice: «La nava es amplia, de color rojo». Efectivamente la tierra es rojiza, de un rojo almagra, más propia de la cerámica que para el cultivo. En cambio, decir «la nava» para llanura cultivable es desconocido en aquella zona. Pregunta por la propiedad de los campos, y Argimiro contenta bajando la voz que es de don José González Montoya. Efectivamente don José era el dueño de todas estas tierras hasta el mar, su cortijo principal era el Romeral y también el cortijo del Sotillo donde tenía caballos, cerca ya de la playa de genoveses. Yo conocí entre 1983 y 1985 la cortijada y al capataz y a muchos de sus empleados, la viuda de don José, venía cada año al Romeral con algunos amigos, a mí me invitaba a tomar café. Don José murió en 1960. Era dueño, según se contaba de la casa del Gobernador en Almería, una casa al estilo de las casonas del norte. Y del Hotel San José.
Nos habla Argimiro del periodo boyante de la minería en la zona, había unas doce de minas de plomo y magnesio, y la gente no tenía que emigrar. El pozo de Santa Bárbara tenía 365 metros de profundidad, como ya he comentado.
La crisis minera almeriense la decadencia de la minería del plomo almeriense a partir de 1870 le siguió el desarrollo de la del hierro con una fuerte explotación entre los años 1885 a 1915. La explotación del hierro en Herrerías constituyó el aspecto más sobresaliente de Almagrera. Bajo la inversión extranjera, después del agotamiento de los yacimientos de plata y la paralización del desagüe de los años setenta, el hierro vino a mantener la actividad hasta los años veinte. Cuando la primera gran crisis de la minería almeriense, en las primeras décadas del pasado siglo, se produjo una corriente migratoria espectacular. Riadas de mineros almerienses fluyeron hacia el norte, en dos direcciones: el levante murciano y el interior peninsular, por cuencas mineras de Linares y La Carolina en Jaén. Aunque nuestro viajero especula sobre la «incuria de los gobiernos, inadaptación a los modernos métodos de explotación, competencia industrial catalana, etc.». No entiendo a qué viene aquí la industria catalana cuando era principalmente textil y no minera.
Cuando llegan al cortijo del Nazareno, el viajero se baja del carro y toma al sur, camino de la Boca, lo de los Frailes no se le llama ya, un poblado que está a la izquierda del camino, comenta nuestro narrado que deben ser apenas las nueve de la mañana, debieron de levantarse muy temprano. Aquello son cuatro casas y un estanco.
Después de media hora de descanso surge un nuevo poblado El Pozo de los Frailes, tiene escuela, al lado del camino hay una gran noria, no se explica que un asno con los ojos vendado tira del palo marrana, mueve el malacate y suben los cangilones con el agua. Allí también hay un molino del viento que nuestro viajero no ve. Los niños apandillan y gritan: «forastero, forastero», la parva de chiquillería le sigue. Y me pregunto: si es lunes y cerca de las diez de la mañana, los niños deberían de estar en la escuela. Había un bar que se llamaba León, un estanco, una tienda de ultramarinos, no tenía médico, una botica por encargo, y el más feo de los alumbrados, el de la farolas de mercurio, que da una luz amarillenta rojiza.
Es curiosa y extraña la visión de un hombre por la carretera leyendo el periódico, es el alcalde, con dice el viajero, cuando en realidad aquí ni llegan los periódicos ni hay alcalde, porque es una pedanía de Níjar.
Los niños bromean cuando al peguntar cuánto queda para San José contestan en broma que seis horas. «La carretera se cuela por un alfoz».Alfoz significa arrabal o termino de un distrito, no sé qué nos quiere decir exactamente el narrador. Baja entre curvas suaves, a la izquierda se halla el cortijo del Sotillo, grande como un fortín, unos hombres sacan fibras textiles de una pita para confeccionar cuerdas. San José es una rambla de altos y gruesos eucaliptos, a la izquierda cerro Enmedio y a la derecha el sobresaliente cuartel. El puerto deportivo no se construyó hasta 1984. La pesca artesanal y deportiva se hace al trasmallo, al volantín, al curricán, al palangre y desde la costa con caña. De San José, no recibe nuestro viajero buena impresión: «Es un pueblo triste, azotado por el viento, con la mitad de las casas en alberca [hay un error, debería decir enjalbegada] y la otra mitad con las paredes cuarteadas. (La frase se refiere al estado de las paredes de las casas). Escribe nuestro viajero que, parece que San José no se ha recuperado de la crisis minera, evocando su esplendor pretérito.
La historia de San José es otra diferente, nació alrededor de su castillo de san José en el siglo XVII por los ataques a la costa sur se remontas desde la reconquista, se recrudecieron en la rebelión de los moriscos 1569-1570, se temía una ayuda a los argelinos desde la península por parte de los moriscos, llama la “quinta columna”. Alrededor de la protección de estos fuertes y castillos costeros los pescadores fueron agrupándose en casas cuevas, las primeras de san José se construyeron en la Calilla. Aun se pueden ver las excavaciones en los pequeños acantilados, que progresivamente fueron abandonando, hasta construir las viviendas actuales. La minería vino después, pero este pueblo, no ha sido importante hasta que en 1984 se finalizó su puerto deportivo. Encima de una loma está la escuela. Pasa el viajero por la puerta de «La iglesia que es pobre y su interior tiene cierto encanto». Esto es no decir nada, es como si digo que es bonita. La iglesia es en realidad una ermita de pesadores, mirando al mar sobre la carretera. Llega hasta el sólido cuartel de la guardia civil en un promontorio rocoso de unos 30 metros de altitud sobre el mar, situado al final de la única calle de San José, se construyó en el terreno donde estaba el castillo, se había construyó en 1735 encima de otro árabe, por diseño del ingeniero militar Felipe Crame, en el reinado de Felipe V, a modo de fuerte costero sobre otro musulmán, según Emiliano Martínez de Dios, y el cual fue demolido para construir el actual cuartel de la Guardia Civil, que se encuentra sobre el promontorio a especie de morrón sobre cala Tomate.
Estos castillos se construían un aljibe, aun hoy en día se puede ver los cimientos del castillo primitivo. Se vuelve el viajero desde le cuartel, se tumba en la arena y se baña en una playa desde donde se ve la torre vigía de Cala Higuera, que es visibles desde la playa de La Calilla o Piedra Gálvez. Comenta: «El mar es menos agradable allí que en el golfo de Almería». Da la impresión que nuestro viajero visitó San José un día con viento del levante, que si es fuerte, las olas llegan a las mismas rocas. Los ponientes se comen la arena de la playa y las devuelve con el levante.
Un pescador de La Calilla, desapareció en el mar un día que salió solo a sacar los palangres que había echado en la tarde anterior.
Allí estaba el estando de Bastián Crespo, en silla de ruedas, las primitivas casas, la mitad de la habitaciones estaban escavadas dentro de la cierra como las cuevas de Guadix o Sacromonte, En 1983 era un pueblo sin servicios, no tenía servicio médico (venía el médico de Níjar una vez a la semana), ni farmacia, ni teléfono, ni agua corriente, ni alcantarillado, cuando pasaba algo urgente había que ir al cuartel para que dieran el mensajes por el radioteléfono que tenían allí una radio estación. La televisión no se veía bien, la antena de cerro Enmedio casi siempre andaba averiada.
Había tres bares: el de Sebastián, el Emigrante y el de Diego. En el año 1985, hubo un temporal de levante con olas de nueve metros de altura que dañó el recién construido espigón del puerto que obligó a reforzarlo. Los temporales se presentan de repente, en el tiempo en el cabo es muy variable y cambiante. Permanece nuestro viajero en el pueblo unos veinte minutos, será en coche, porque si va andando hasta el final del cuartel, se baña y sube otra vez al Pozo de los Frailes, necesita dos horas.
Si nuestro viajero hubiera subido por el carril que está a la derecha pasada la iglesia, hubiera visto una de las playas más bellas de España, la de Genoveses, Barronal, Mónsul y la piedra de la Peineta, donde se han filmado muchísimas películas. La playa del Barronal es nudista, se llena por una serie de dunas de arena blanca, barronales, azufaifos y palmitos, sobre la arena podemos observar la huella que dejó algún insecto o reptil. En la loma, cara al viento del poniente se ve un molino de viento, que fue propiedad de don José González Montoya, reconstruido en 1960. Sube por la rambla de San José, siempre mostró orgullosa su bosque de viejos y gruesos eucaliptos, su de nuevo por la carretera del Pozo de Los Frailes hasta el cruce de los Escullos, cerca de los cortijos de la Fuentecilla, donde frena bruscamente un turismo, cuyo conductor: «viste traje de color verde oscuro, camina listada, corbata negra». Le invita a subir a su coche, cosa extraña que un cacique monte a un autostopista, y se dirigen a los Escuyos, escrito con la ypsilón o “i griega”, es en realidad una deformación fónica de escollos, que abundan en la zona, antiguamente llamada por cala de Los Galeotes, es una cala al refugio de los vientos de poniente, es famosa su playa del arco y sus fantasmagóricas formaciones rocosas, desde allí se ven los dos frailes, cerros hermanos y gemelo de una altitud de 493 metros.
Existe un mapa del siglo XVI en la Torre del Oro de Sevilla que recoge este lugar, como refugio de barcos y lugar de aguada como cala de Los Galeotes. Allí había un embarcadero para exportar esparto y barrilla en tiempos pasados, y en los años 20 embarcaban adoquines para pavimentar, Valencia se había pavimentado con bordillo de las canteras de Los Frailes. En las faldas sur del monte de Los Frailes había una fuente donde se cura esparto. Quien invita a nuestro viajero es don Ambrosio, un cacique, dueño al parecer, de aquella zona, de los Escullos y de la Isleta. En los años ochenta, en que yo viví en San José, aquellos terrenos pertenecían a una inmobiliaria de Madrid, había también una pequeña urbanización que se llamaba Las Norias, vivían unos suizos, había molinos abandonados, vivía un guarda con su familia. En la conversación que se inicia entre conductor y viajero se habla de que don Ambrosio había conocido a unos franceses en la Venta Eritaña y los había llevado allí donde quedaron entusiasmados.
Esta venta no puede ser otro sino la famosa Venta Eritaña de Sevilla, hay un famoso pasodoble «La morena de mi copla» de Jofre de Villegas / Castellanos que nombra a esta venta, famosa por su tablao. Y es ese que empieza: «Julio Romero de Torres pintó a la mujer morena…». Esta venta que estaba junto a un Hotel se inauguró para la Exposición Hispanoamericana, en 1929, y que después fue sede de la 2º Comandancia Móvil de la Guardia Civil de Sevilla, la venta ha recibió la visita de la doña picota y ha yo existe, sin que nadie se alzara contra este acto contra la cultura.
Este guiño de don Ambrosio en la Venta de Eritaña es sin duda el rasgo del cacique y del señorito andaluz más arquetipo que tópico: vino, mujeres y cante. Ya mucho criticó Antonio de Burgos en su muy loable libro: Andalucía ¿tercermundo?, Círculo de lectores, 1972. Antonio de Burgos es un señor de las letras andaluzas. Siguiendo con nuestra endiablada crítica, don Ambrosio, con un ramalazo de superioridad, dice que es de Valladolid: «–En Castilla y el Norte la gente es educada y sabe le valor de las cosas. Aquí no. Cuando tiene dinero lo gastan enseguida, como si les quemara los dedos. Cuanto más pobres, más generosos».
Más generosos y solidarios. En esta novela, Goytisolo saca los tópicos de una forma generalizada, como la de que los catalanes tienen fama de agarrados, los andaluces vagos y los castellanos y del norte gente seria. Pues sepa que en todas partes cuecen habas.
Don Ambrosio pregunta al viajero de donde es, y como el viajero y dice de Barcelona, palabra mágica, la expresión del rostro de don Ambrosio «se transforma, sonríe felizmente», luego le hace la confidencia de que estuvo con su difunta esposa en la Exposición Universal del año 1929 en Barcelona. Se refiere a la II Exposición en la Montaña de Monjuich, la primera se celebró en 1988 Parque de la Ciutadella.
Por lo que se ve, don Ambrosio estuvo en 1929 en la de Sevilla y en la de Barcelona. En la página 93 es donde se cuenta lo del asesinato del obispo de Almería, ya reseñado anteriormente. La posición política de don Ambrosio se evidencia como adicto al régimen, que era la fórmula usada para los certificados de buena conducta. Pasan cerca de un poblado rodeado de huerto, que muy bien podría ser las Presillas Bajas, que fue cárcel durante la República, de aquí le viene el nombre: de presidio. Presillas Altas que yo sepa no existen, después pasa cerca de molino de viento, que se alza a la derecha esperando a un Don Quijote andaluz. «El camino se abre a través de la gándara y Escuyos surge, de pronto, a la derecha. Es un poblado mísero asolado por los vendavales, cuyas casas crecen si orden (…) El coche encalla en un regajo y nos apeamos frente a la escuela».
Que yo sepa allí nunca hubo escuela y estanco, sí dos restaurante el de Emilio y la discoteca El Chamán, que regentaba el hijo de Pedro. El restaurante de Pedro ya no está. Allí se alza el gran castillo de San Felipe, que no nombra ninguno de nuestros interlocutores, era una batería de cañones, nos hablan de una torre del homenaje, que estos castillos de costa no tenían, se celebra una boda en la capilla, la de doña Julia, y ya no se nos explica nada más. La capilla no la conocí. En los tiempos que en yo lo conocí 1983-85 no tenía puerta y se podía entrar perfectamente dentro, se le veía abandonado, yerbajo, grandes salones con paredes negras de hoguera. Actualmente, a alguien se le ocurrió proyectar películas en el patio de armas, durante los meses de verano, acondicionado como cine al aire libre.
Aquí parece otra vez el cabo de los civiles que saluda a don Ambrosio, se llama Elpidio. Se habla de que el castillo muy bien hubiera servido de cuartel y no hacer uno nuevo, justo al lado del castillo, sobre el promontorio de rocas, allí abajo está cala Tomate, como un largo escollo o farallón que se mete en el mar como un cuchillo, con un alguero que da fama al sabor de su fauna marina.
Mala vida la de aquellos servidores del orden, carabineros les llamaban hasta año 1941. Desde Los Escullos intentaron comunicarse por una pista de la costa con San José, por el cuartel de la guardia civil de Loma Pelada, pero al llegar cerca de la torre vigía de cala Higuera los ingenieros se equivocaron al hacer coincidir las dos pistas, que venía cada una por una dirección hasta encontrarse en un punto, y se quedaron incomunicados.
Pasado el cuartel había una cantera de greda o creta (carbonato cálcico de color blanco azulado, especie de arcilla blanca). Mineral blanco, la grea, que abunda en la costa como en Los Genoveses, bajo el Morrón. Me contó Pepe, un viejo constructor de San José que el cuartel de Loma Pelada lo hicieron llevando el material en barcas y desde la costa lo subían en mulos. Así lo construyeron porque no estaba la pista de ahora.
Antes de despedirse el cabo pregunta a don Ambrosio si se acordó de aquello que le dijo. Éste le responde: «La semana pasada telefoneé a su secretario y prometió llamarme un día de estos». Indudablemente se evoca el uso de una recomendación, nos deja a los lectores la libertad de pensar en lo que nos parezca mejor. En aquellos años del franquismo al cacique del pueblo tenía poder para cambiar a un cabo de Puesto, y esto debía ser lo que el cabo le pidió, que le sacara de destino de aquel cuartel de Los Escullos. Un cuartel sobre un acantilado en absoluta soledad olvidada, y a 40 kilómetros de Almería.
Hoy se ven sus muros desolados. Continúan la carretera por la costa, allí se encontraba, cuando yo vivía, al borde un promontorio el conocido cortijo del Notario, y a la derecha había un carril hacia el cerro de la Rellana a 378 metros de altitud, abancalado y cultivado con chumberas. Llegan a un poblado que no se nombrará en la novela, y que no puede ser otro sino la Isleta del Moro Arráez, un poblado de pescadores al refugio de un islote muy próximo a otro que se une a la costa por un corto istmo, son como dos huevos prehistóricos empollados en el mar, y que algunos llaman los Huevos del Moro, porque esto fue refugio de berberiscos y piratas.
Aquí siempre había gallinas sueltas en la explanada, un lavadero a la entrada, secaderos de pescado, especialmente de melba y el pulpo, o de algún marrajo, varadero de barcas, un pequeño espigón y en el mar, unas traineras que los nativos llaman barcos, al refugio de los vientos de levante. Pero cuando soplaba el poniente pasaban los barcos al otro lado del peñón y cuando se convertía en temporal se los llevaban al pueblo, el pueblo es Carboneras trae mala suerte pronunciar este nombre. Un lugar ideal para los coleccionistas de paisajes mágicos.
Huele a redes y a sal. Cuando yo lo conocí, el tío Antonio acababa de construir un Hotel de ocho habitaciones y bar con terraza de verano, tenía una huerta en las cuevecillas de arriba que regaba con agua de cisterna, que traía el yerno de Pedro en un camión cisterna. Antonio murió y dejó el negocio a cargo de su emprendedor hijo que también se llama Antonio.
Había otros bares como el bar la Ola y La Marina. Tenía una escuela, una iglesia, pero no tenía médico ni farmacia. Yo conocí en La Isleta a tres joaquines, el primero el tío Joaquín, vivía junto a la casa de El Chinorro, el más viejo de los isleños, tenía 82 años, un artesano del esparto, sus cestos y, sobre todo, las esparteñas eran una obra de arte, me regaló un par a cambio de una talla de madera que le hice de un caballo. En una exposición de artesanía que hicieron en la Diputación de Almería llevaron sus esparteñas. Me dijo una vez que en su juventud quien no sabía hacerse unas esparteñas o gubias, iba descalzo. Otro Joaquín tenía un cortijillo junto a una noria en el camino a la isleta, vendía conejos y huevos, y, además criaba un marrano que cada año por diciembre hacía la matanza, y me invitaba al acto social más importante del año, empezábamos a las 9 de la mañana bebiendo palomitas (aguardiente con agua) y acabábamos por al noche comiendo morcillas recién cocidas con un pedorreo impresionante. ¡Qué tiempos aquellos!, el tercer Joaquín era el hijo de este último había que nacido el mismo día mes y años que yo y le llamaba mi hermano gemelo.
Los habitantes de la Isleta son emprendedores, conocen el litoral como la palma de la mano, pescadores de bajura, los barcos grandes también se llaman vacas, atados a la mar con el hierro de fondo esperan salir por las noches a la melba, y los botes varados en la playa al calamar y al besugo. Para sacarlos de la mar se necesita un torno y encajarlos por en los parales o especie de vías. Ahora en el 2005 se ha transformado en apartamentos. Son muy religiosos, tienen una iglesia/ermita, en el año 1984 yo asistí a una boda, la hija del bar de La Marina.
Los botes de pesca costera echan lances para la yampúa al volantín, las sacas con los salabres, otro muy apreciados en las noches de luna son los besugos de gigotes rojos pescados con el calamar de la bahía, sacados al cubo con la apotera o ancoreta al tiento, las lechas se pescan al currican entre las calas de los Gatos y la Polacra. El vitoque se llama el tapón de la barca para desaguar cuando la sacan del mar y la varan en tierra. El pescado de esta costa es muy sabroso, único, debido a la limpieza de las aguas y la buena salud de sus algueros como los de cala Galeotes en los Escullos.
Como los botes son de madera casi siempre el calafate se pasa el día carenado. Los pescadores cosiendo redes, y las mujeres en el lavadero que es su lugar de reunión. Entra don Ambrosio a La Isleta como un rey mago, repartiendo caramelos a los niños, mientras estos se atropellan por coger uno, un tal Juan dice que quería verle para pedirle prestada la casa que había comprado al Pascual, por dos meses, porque vivían cinco en una sola habitación y la Martina que espera otro crío. El cacique se niega, a pesar de darle Juan su palabra de hombre, a pesar de las súplicas y de la intervención de María, «una mujer gruesa, de rasgos salientes como el Juan, que camina ciñéndose la falda a las rodillas, para quien el viento no la levante, don Ambrosio da excusas: «Esas cosas no se arreglan en un día, ni en quince… Cuando sepa algo te lo comunicaré por carta».
Evidentemente tenía que ser por carta, allí no había teléfono. El viajero y don Ambrosio van a casa de Joaquín a comer gachas, lo más normal son las migas de harina o pan con pescado frito, una delicia gastronómica que aún tienen muchos comensales. O también los “gurullos”, pasta realizada artesanalmente con harina de trigo duro, agua y sal, de herencia musulmana y que se usa para dar cuerpo y acompañamiento a guisos y “caldos de pimentón”, elaboraciones a base de pimientos rojos secos de igual denominación que la especias, famosos en Almería.
Allí arriba, en la vaguada, había un bosquecillo de palmeras y pequeña alberca en la ladera, en la loma el cortijo de don Moisés, con unas banderas españolas en un mástil como si fuera un cuartel, también las había pintadas en los muros de los balates encalados. Muy cerca de allí se esconde por un camino de pinos, la playa del mismo nombre, pequeña, recoleta, salvaje, cerrada, solitaria y recogida. Salen de La Isleta en coche hacia el cortijo de los Nietos…
Nota.: (Leer completo en “Tras los pasos de Juan Goytisolo por los “Campos de Níjar”)
Juan Gotysolo